jueves, 1 de marzo de 2012

Retrospectiva sobre la obra de la japonesa Yayoi Kusama





La exposición monográfica de la prolífica y singular artista japonesa se exhibe por primera vez en Londres



La Tate Gallery de Londres presenta una retrospectiva sobre la obra de la japonesa Yayoi Kusama (Matsumoto, 1929), considerada la artista viva con mayor prestigio de Japón. A través de 150 obras, entre las que se cuentan dibujos, pinturas, collages, esculturas, instalaciones, performances y diseños, se crea el complejo puzzle de su larga trayectoria. A sus 83 años, sigue trabajando a diario en su estudio cercano al psiquiátrico de Tokio donde está internada, por voluntad propia desde 1977. La enfermedad ha estado muy presente en la vida y la obra de Kusama. Desde niña empezó a experimentar las alucinaciones que sufriría toda su vida, la respuesta a esa experiencia fue pintar lunares. Motivo que ha sido el elemento central en su trabajo y con el que expresa su sentimiento de girar sumida en un espacio y un tiempo sin fin. "Mi trabajo es la expresión de mi, traduzco las alucinaciones e imágenes obsesivas que me acosan en esculturas y pinturas", dice Kusama.

Los puntos fluorescentes multicolores dominan buena parte de su producción. En la instalación I'm Here, But Nothing (2000), los lunares inundan toda la sala: muebles, suelo, paredes... y plasman una visión de sí misma como un punto perdido entre un millón de diminutos reflejos. Otro de los trabajos más espectaculares de la muestra es Infinity Mirrored Room (2010), creado especialmente para la ocasión. La sala, a oscuras, está recubierta con doble espejo, hay agua en el suelo y de la pared cuelgan pequeñas luces que cambian de color. En ambas instalaciones, el visitante sufre las mismas experiencias alucinatorias que han acompañado siempre a la artista.

Etapa neoyorquina

Su obra se desenvuelve en un contexto artístico internacionalizado que comienza a finales de los años 50 y es origen de la actual globalización. Sus casi seis décadas de trayectoria, iniciada en exposiciones individuales con tan sólo 23 años en Japón, le llevan a cruzar fronteras hasta llegar a Nueva York en 1958, sin mecenas ni protector, para iniciar una carrera independiente en la ciudad que, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, se había convertido en el epicentro del mundo del arte contemporáneo. Este hecho transformó radicalmente sus planteamientos pictóricos.

A este momento pertenecen sus trabajos más reconocibles, las denominadas de forma genérica Accumulation Sculptures (1963), donde empiezan a estar presentes muchas de sus obsesiones. Aquí la pintura deja de ser un objeto para encontrarse con los dominios de la escultura, abundando en composiciones blandas formadas por objetos que semejan falos o amenazantes tentáculos. A Kusama siempre le había traumatizado el sexo, sentía horror por la penetración. Las Accumulation Sculptures fueron presentadas en una de las primeras exposiciones del floreciente movimiento de arte pop americano, junto con obras de Andy Warhol, Claes Oldenburg, George Segal y James Rosenquist. A este periodo también pertenece las Infinity Nets (redes infinitas), donde igualmente proliferan los motivos idénticos o similares que se convertirían en la clave de su vocabulario personal de imágenes.

Estas obras se han convertido en las representaciones más habituales de un arte pop y feminista, aunque fueron sus radicales performances las que definitivamente captaron la atención de la vanguardia neoyorquina. En Walking Piece (1966) pasea con kimono por la ciudad, mientras en otras acciones aparece desnuda, mostrando así su rechazo a la guerra de Vietnam o su adhesión a la naturaleza. La amplitud de sus intereses le permitió vincularse con los movimientos contraculturales del momento, especialmente con el hippie, lo que se refleja en sus obras audiovisuales menos conocidas como Self-Obliteration (1968), en las que la pintura se transforma en un elemento usado para sugerentes celebraciones del cuerpo y de la libertad sexual.

Vuelta a casa

En 1973 la artista regresó a Japón. Tras un intento fallido de presentar los happenings en los que aparecía desnuda ante el conservador público de Tokio, se dedicó al negocio del arte pero su proyecto fracasó pasados un par de años. Al volver, Kusama encarna el trauma del sujeto globalizado, cuya pérdida de raíces le conduce a episódicas crisis psiquiátricas. A este proceso le acompañan una vuelta a la pintura y a otro tipo de artes, como la escritura de su novela autobiográfica Manhattan Suicide Addict (1978), en contraste con la dimensión pública de sus intervenciones en la calle.

Ya en los ochenta y noventa, retoma la producción pictórica y escultórica, comenzando a experimentar con cuadros de varios paneles que sugieren una expansión ilimitada del campo óptico, evocando mundos microscópicos con patrones abstractos convertidos en imágenes biológicas o astronómicas. En los últimos años, Kusama ha vuelto con entusiasmo renovado al dibujo y la pintura. La Tate Modern exhibe por primera vez las obras creadas entre 2009 y 2010, la mayor serie de cuadros de la artista hasta la fecha. En estas piezas predomina un lenguaje visual que recuerda a los elementos de sus primeros años: motivos repetitivos entre los que se incluyen flores, ojos, el autorretrato jeroglífico de la artista colocada de perfil y, como siempre, puntos y redes.

Yayoi Kusama contra todo pronóstico, siendo mujer y extranjera, consiguió el reconocimiento del mundo artístico predominante de los años 50 y 60, abrumadoramente masculino. Hoy continúa creando y ampliando el abanico imaginario al que debe su fama, sigue pintado incansablemente una extensa serie de dibujos figurativos de fantasía, repletos de detalles obsesivos.

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