miércoles, 5 de junio de 2013

El dictador argentino Jorge Videla


"No queremos ni periodistas ni peronistas”, llegó a sentenciar. En realidad, Jorge Rafael Videla no quiso a nada ni nadie que oliera a disidencia. Por entonces, en Argentina, la extrema fragilidad del gobierno de la presidenta Isabel Perón era un defecto imposible de ocultar, una debilidad que supieron aprovechar los militares que, como felino que espera a su presa, se encontraban preparados para el ataque. Y al más puro estilo romano, un triunvirato asumió el poder; la Armada, el Ejército y la Fuerza Aérea agarraron el destino del país. Comenzó lo que se conocería como el “Proceso de Reorganización Nacional”. Era el 24 de marzo de 1976. Con la muerte de Videla, el pasado 17 de mayo, solo se entierra el cuerpo del hombre que marcó uno de los periodos más oscuros de la historia nacional argentina. En cambio, el recuerdo de aquellos años acerbos tardará más tiempo en descansar bajo tierra.

El exdictador que quiso convertirse en una especie de demiurgo, convencido de que tenía que moldear Argentina como si se tratara de un trozo de plastilina, segando la actividad política, los derechos de los trabajadores, las huelgas, disolviendo el Congreso y los partidos políticos, clausurando los locales nocturnos, censurando a los medios de comunicación y quemando miles de libros y revistas considerados “peligrosos” falleció a los 87 años en una cárcel común de Buenos Aires, sin privilegios militares y con el casi generalizado repudio de sus compatriotas. Sin embargo, según confirmó el servicio penitenciario, Videla murió por causas naturales. Su vida no fue truncada como la de las miles de personas que la perdieron bajo sus órdenes. Y como si de un juego macabro se tratara, se decía "católico" y era un fiel asistente a misa, aunque jamás se arrepintió de nada, ni tan siquiera de los 8.000 homicidios que él mismo llegó a reconocer y a justificar por “la guerra contra la subversión”. Una conciencia a la que nunca le pesó tampoco las cerca de 30.000 personas “desaparecidas” bajo su régimen, muchas de ellas arrojadas al mar en los conocidos como los “vuelos de la muerte”, ni el robo de los niños que las madres parían en los centros de detención, un plan sistemático de desaparición por el que Videla fue condenado a prisión perpetua en 2012.

Nacido el 2 de agosto de 1925 en la ciudad bonaerense de Mercedes, en el seno de una familia con fuerte impronta política, Videla se mantuvo inamovible en su argumento sobre la necesidad de una “guerra” para acabar con lo que definió como una “orgía de violencia” y asumió toda la responsabilidad de la represión. Ingresó en el Colegio Militar en 1942 y dio un salto en su carrera a la sombra del gobierno de la presidenta María Estela Martínez de Perón, tercera esposa del tres veces gobernante Juan Domingo Perón, quien en 1975 le nombró comandante en jefe del Ejército. No sería hasta 1976, junto a Emilio Massera y Orlando Agosti, cuando lideró el golpe de Estado que derrocó a la presidenta. Durante sus cinco años de gestión, el exgeneral intervino la Corte Suprema para nombrar jueces sometidos a su antojo e instaló un plan económico de tipo de cambio altísimo que pasó a la historia como “la plata dulce”, que permitía a los argentinos viajar forrados de dólares a Miami. En esta línea y con el nombramiento del empresario y ganadero, José Alfredo Martínez de Hoz como ministro de Economía, fomentaron la especulación financiera, liberalizaron de forma unilateral el comercio en detrimento de la industria local y multiplicaron la deuda pública hasta niveles nunca vistos en Argentina. En cambio, reforzaron el gasto militar para la represión interna y para prepararse ante una eventual guerra ese año con el Chile de Augusto Pinochet por disputas limítrofes.  

El cerebro del gobierno militar que dirigió Argentina entre 1976 y 1983 se dedicó a perseguir a cualquier sospechoso de izquierdista o comprometido con causas sociales, a guerrilleros y opositores de diversa ideología, obreros y sindicalistas, estudiantes y profesores, profesionales y empleados, artistas y periodistas, empresarios y religiosos. Jorge Rafael Videla nunca pidió perdón ni tuvo la intención de hacerlo, incluso, justo tres días antes de morir, tuvo el valor de afirmar que se sentía un “preso político”.


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